Carlos Alcaraz es un superhéroe de carne y hueso. Lo que este dominio ha logrado es enorme, tremendo, único. Terminó con una leyenda en plena convertida en una epopeya final en la que vivió (y vivimos con él) una montaña rusa de emociones, alegrías, nervios y, finalmente, incredulidad. ¿Cómo resiste un chico de 20 años la presión inhumana de ganar contra un genio como Novak Djokovic? ¿Cómo logrará conquistar el jardín de su casa, en esa pista central donde el serbio lleva 10 años sin conocer la rotación? ¿Y cómo no sólo no ha temblado el pulso, hasta que hemos dejado con el corazón encogido ganando estos puntos históricos con un globo terráqueo o con una dejadita? ¿Una dejadita en tu primera final de Wimbledon? ¿Pero qué locura es esta?
Los españoles (yen esto, tenemos que recordarlo, somos unos privilegiados) estamos mutando de piel. Desde la épica sufrida, agotadoramente pelada, de Rafael Nadal, hasta la desinhibida osadía de Carlos Alcaraz. Asistimos a una transición acelerada, porque Nadal también me sigue, aunque esté mirando, pero el talento tan insólito de Alcaraz no entiende de lugares ni de roles. Toca hoy, toca ahora, y no le asusta la tarea. Es un tipo sin freno, el abandono de esta Generación sin Miedo que va a tomar el relevo.
Rafael Nadal y Roger Federer ganaron Wimbledon con 22 años; Novak Djokovic, con 24 años. Carlos Alcaraz lo ha conseguido con 20 años (sí en segundo Grand Slam), en la final de primera, y ante un genio que ha hecho un despliegue de sabiduría tenística. Djokovic utilizó todo su talento: salida agresiva, ampliando teatralmente la pausa en los saques para dejarle claro a Alcaraz que jugaban en su jardín; sus mejores trucos psicológicos (y son muchos); y un tenis extraordinario para colocar las pelotas en las escaleras, en esas filas donde sólo viven los más grandes.
El momento clave fue la muerte súbita del segundo set. Djokovic no habia perdido ningun atar durante todo el año. Ninguno. Ahí le vimos flojear por primera vez (envió dos bolas a la mitad de la red) y nos quedamos boquiabiertos al ver cómo Alcaraz lo ganaba con un restaurante paralelo ejecutado sin esfuerzo aparente. Fue una visa y no una visa lo que cambió la fiesta.
El tenis entre humanos (esto aún no es replicable ni en videojuegos ni en inteligencia artificial) es la cumbre del drama. Y hoy hemos vivido Durante cinco horas varios puntos de giro. Pasamos de un Alcaraz desbordado con un Djokovic rendido en el tercer set, para volver a encontrarnos con el serbio corriendo por cada bola y llevándose el cuarto.
El quinto set parece algo imposible para un chico de 20 años. ¿Cuántas veces hemos visto cómo el peso de la historia le otorgaba el lugar que necesitaba Djokovic para duplicar generaciones de aspirantes?
Así que este domingo no pasó. Lo extraordinario es que Carlos Alcaraz estaba al tanto de lo que hacía. Sabía desatar desviaciones extraordinarias, tenía una energía imparable, sabía ser dinámico en la pista, tiene una inteligencia emocional muy especial. La lección la recibió Alcaraz en París, cuando se derrumbó por los nervios ante Djokovic y las calamidades les dominaban. Lección aprendida. Mas, mas. Ahora no solo no se derrumbó, sino que creció y disfrutó en el territorio en el que Djokovic y los más grandes no tienen pie.
Su entrenador, Juan Carlos Ferrero, el que mejor la conoce, le dice con 5-4 y antes de sacar a ganar: “¡Piensa!”. ¿Pensar? ¿Donde hay una confianza enorme cuando en una situación donde le dices a tu jugador que piensa y sabe que va a pensarlo y va a sacar y no va a enredar pensando en el paseo histórico que es un punto de protagonismo en el escenario más sagrado de la espera?
Ya no hay duda de que es posible. Carlos Alcaraz es un fenómeno único. es un compendio de Tres grandes. Del extraordinario talento de Federer y del espectáculo táctico y físico de Djokovic, pero también, y desde este domingo que queda muy claro, de la fortaleza mental de Nadal para superarse a sí mismo en cualquier momento. Eres un superhéroe.
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